Se nos ha ido el primero. Pasados ya unos días de tu marcha, con la serenidad que propicia el paso del tiempo, me atrevo a dirigirte estas humildes palabras desde este rincón cofrade.
Supiste combinar tu manchega honestidad, con tu valiente sevillanía, fuiste un hombre íntegro, coherente, y fiel a tus principios hasta tu último aliento. No te casabas con nadie, como se suele decir, y esa virtud desgraciadamente ya no se estila.
Extrañaremos tu vehemencia a la hora de verter tus opiniones, como extrañaremos tu voz... que aún resuena en nuestros oidos.
El Señor te llamó muy pronto, y quisimos entre todos engañar a la muerte con chicuelinas de quirófano, pero tu sitio estaba ahí arriba, junto al Padre.
Me pregunto si allí, Nuestra Madre del Consuelo está tan bien vestida como lo estaba el día que te despedimos. Seguro que sí. Una lágrima de más asomaba por Su mejilla, pero era de alegría, pues se ve que en el Cielo necesitaban alguien como tú, para mandar esa cuadrilla de ángeles... ángeles de tu barrio Cautivo.
Pero tú no sufras Juan Carlos. Que la simiente la dejaste bien plantá. Tu familia y tus amigos te echaremos de menos, pero en Ernesto tenemos la impronta de un padre, y es que a tu hijo se le ve venir, como a los hombres, como ibas tú, siempre de frente.
La salud que te fue negada en vida muy pronto será Salud, con mayúsculas, y en esa primerá levantá por todos soñada estarás tú, y serás tú quien agarre el martillo, y en el Cielo se oirán tres golpes y será tu voz, y será tu corazón, -ayer cansado, hoy ya pletórico-, el que mande el primer de frente de esa cuadrilla de costaleros valientes.
Se nos ha ido el primero, el primero de la Semana Santa nuestra, la que nos gusta, la del martillo y trabajadera, la del capirote alto, la de la bola de cera... Se nos ha ido un capataz valiente, pregonero con voz de albero, plata y grana en paseillo... San Pedro te abrió las puertas. Se nos ha ido... un grande de nuestra tierra.
Juan Carlos, no puede haber mejor epitafio: ¡AHÍ QUEDÓ!
