sábado, 3 de marzo de 2012

UNA BENDICIÓN



Desde la distancia se suelen ver las cosas con mayor perspectiva.



Tenía miedo a darme cuenta del ombliguismo que sufrimos los cofrades que anidamos en el mundo del costal, o que yo pensaba que sufríamos. Pero no ha sido así.



Es precisamente desde la distancia, con perspectiva, cuando me he dado cuenta de la importancia de nuestra devoción, y de las cualidades positivas de nuestra afición.



No conozco nada que una tanto a personas tan diferentes. Gente de diferentes clases sociales, con pensamientos políticos variopintos, intelectualmente distintos, de edades completamente extemporáneas y absolutamente diversos hasta en su forma de vestir, son igualados por la trabajadera. IGUALADOS, esa es la palabra. TODOS POR IGUAL. No hay en nuestra desmembrada y desnaturalizada sociedad ningún grupo de personas que trabajen de una manera tan sinérgica. No lo hay. Ni siquiera en las profesiones más arriesgadas hay tanta unidad, y creedme, se de lo que hablo.



Qué envidia deben sufrir ácratas y descreídos cuando, a la voz de un capataz, un puñado de almas jóvenes y no tan jóvenes levantan miles de kilos, como si no pesarán, y caminan al compás de un tambor o de un simple corazón, con la humilde intención de evangelizar... ahí es nada.



Y después de todo, de los ensayos, de la Estación de Penitencia, de los cultos a nuestros Títulares... después de todo eso, nos juntamos a compartir un vaso de vino, por la secilla razón de que todos amamos lo que hacemos.



Hermanos, cuidemos lo que tenemos, porque no cabe duda: EL COSTAL ES UNA BENDICIÓN.



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